Desde mucho antes de aprender a decir bien la palabra, muchos niños sueñan con ser arquelógolos. Porque les pirra remover tierra, por el embrujo de buscar tesoros escondidos, por la fascinación con las herramientas… pero, sobre todo, por el cine y la tele, que han explotado, romantizado y deformado la profesión hasta la náusea. Para los apasionados de esta ciencia, y para los niños curiosos en general, hay una actividad familiar interesantísima y gratuita, organizada por la Dirección General de Patrimonio Cultural de Madrid en colaboración con dos ayuntamientos, que los va a volver locos: Arqueólogos por un día. Durante tres horas, los menores y sus padres recorren un yacimiento, el Complutum romano de Alcalá de Henares o La Cabilda visigoda en Hoyo de Manzanares, donde les enseñan en la práctica conceptos básicos de la profesión.
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Entre el 26 de junio y el 26 de septiembre se está desarrollando la sexta edición del programa, enfocado a niños entre ocho y 14 años. La visita, que se realiza los sábados y los domingos por la mañana, comienza a las diez con un goteo de padres y niños, entre expectantes y medio dormidos, a las puertas de Complutum, en el extremo suroeste de Alcalá y con más de la mitad de su perímetro con vistas a una barriada construida encima de parte de los restos. Los reciben tres monitores con Daniel Sanmartí, uno de los dueños de la empresa que desarrolla la actividad, Arqueodidat, al frente, vestidos como lo que son, auténticos arqueólogos, es decir, con polvo y tierra hasta las cejas. Las familias, divididas en dos grupos y tras recibir un cuaderno de campo con más información y un lápiz, se dirigen a visitar el yacimiento.
Con un lenguaje ameno y cercano, pero a la vez riguroso ―no hay nada peor que una visita guiada en la que les hablan a los niños como si fueran doctores en historia o académicos de la lengua―, Sanmartí explica cómo era la ciudad y lo que queda de ella, con dos termas, la basílica o palacio de justicia, el auguraculum ―donde hacían sus adivinaciones los augures― y la Casa de los Grifos, un casoplón de 900 metros cuadrados que conserva la mejor colección de pintura mural romana de la Península. “Era como tener un chalé en la Puerta del Sol”, ejemplifica el guía, que se sorprende al ver que Aarón, de 11 años, sabe que se llama así por los animales mitológicos hallados en un dintel, nada que ver con la fontanería. Y eso que el niño quiere ser piloto de avión o informático.
“A ver, Complutum, que significa unión, por estar en la influencia del Henares y del Jarama, no es Itálica, ni Emerita Augusta”, reconoce Sanmartí. “Pero sí la ciudad con mayor superficie, 50 hectáreas, de todo el centro peninsular”. De la antigua ciudad, fundada en el año 1 d. C. y en la que se calcula que llegaron a vivir 15.000 almas, queda en pie el esqueleto porque fue usada como cantera por todas las civilizaciones posteriores, que se maravillaban de encontrar las piedras ya talladas. “Hay columnas romanas en la calle Mayor de Alcalá y piedras complutenses en el palacio arzobispal”, la vía soportada más larga de Europa.
Después, viene el plato fuerte: la excavación. A cada niño se le asigna una cuadrícula, perimetrada con cuerdas como mandan los cánones, una alfombrilla y un cubo con todo lo necesario para ponerse manos a la tierra. “Lo primero de todo, no somos paleontólogos, somos arqueólogos, no sabemos nada de dinosaurios, sabemos de restos humanos”, advierte Sanmartí sobre sus grades rivales en el imaginario infantil. Con todos los niños de rodillas y deseosos de empezar, el experto les detalla los rudimentos del laborioso trabajo de excavación ―“tiene que ser plana, no hagáis piscinas, ni pozos”―, para qué sirve cada herramienta y cómo usarlas y la importancia de describir y “coordenar” el hallazgo, es decir, medir y anotar el punto exacto donde estaba en la ficha antes de retirarlo. “Somos basureros, lo que encontramos son los platos rotos”, comenta una mamá, María García, que fue una de las arqueólogas que participaron en las primeras excavaciones del lugar en los años noventa.
“Estoy flipando, estoy flipando, estoy flipando, creo que he encontrado una garra de velociraptor”, abre fuego Vicky, de ocho años, futura paleontóloga o veterinaria. “Ja, ja, ja. No, es un metacarpo de ciervo, si fuera de velocirraptor tendríamos un problemón”, contesta Sanmartí, que ve cómo los dinosaurios son imbatibles. Y poco a poco van surgiendo, ante el asombro de todos, desde trozos de cerámica a vasos completos, huesos humanos y animales, monedas, vestales, un trozo de una lápida con una inscripción y hasta una pieza de lapis specularis, el tipo de yeso que se usaba para los cristales antes de la invención del vidrio. “Esto mola mucho”, comenta Guille, de nueve años, que quiere ser futbolista o youtuber, aunque todavía lo disfruta más su hermano Gabriel, de 12, embrión de profesor de historia y apasionado de Roma. “He visto varios yacimientos antes, pero nunca había excavado, me encanta”, dice entusiasmado.
“Perooo, ¿cómo es que estamos encontrando tantas cosas? A ver si alguien las ha puesto ahí…”, plantea Gonzalo, el menor del grupo, con la sospecha instalada en el ceño tras haber hallado un cráneo completo con todos sus dientes. “Sí, es una excavación simulada, aunque muy parecida a una real. Los arqueólogos nos podemos pasar cinco días retirando tierra sin encontrar nada y lo que queremos es que todos encontréis algo chulo y que no rompamos nada”, confiesa Sanmartí, que de primeras nunca cuenta la verdadera verdad de esta tierra tan fértil en tesoros para no restar ganas ni ilusión. Y los niños se lo creen ciegamente. Tanto, que en muchas visitas ni lo dudan y son los padres los que se acercan a comentar con sigilo “oye, pero todo esto lo habéis metido vosotros, ¿no?”.
“Venga, ahora dejamos ya de excavar y recogemos todo”. “Nooooooo”, replican a coro los niños, a los que hay que arrancar literalmente del suelo. Tras un breve descanso, prosigue la actividad en una zona arbolada, donde dos mesas los esperan a modo de laboratorio de campo. En una, reposan multitud de restos de todo tipo. Allí, Víctor Lamas, de 32 años, les dice que ahora empieza el trabajo donde más horas invierte un profesional, ya que hay que lavar y documentar los restos. “Hay que ponerles su DNI, identificarlas bien, hemos desmontado un puzle gigante que tiene que volver a cuadrar”.
Los niños catalogan una pieza con un indeleble sobre una capa de paraloid o resina ―tranquilos, es una réplica que les regalan― y pasan a la mesa contigua, donde aprenden la diferencia entre micro y macrofauna y observan los objetos y restos óseos al microscopio. Sanmartín les hace hincapié en que cavar sin permiso es delito y en la importancia de la reversibilidad y la profesionalidad para que no ocurra como “con Tutankamón, que pasó 20 años con la barba del revés y pegada con superglue”. “Se me ha hecho cortísimo y a ellos, también”, comenta Miguel Ángel, padre de Vicky, mientras enfila hacia la salida. De todo lo aprendido, un mensaje les queda clarísimo: lo que uno encuentra no es suyo, es de todos.
Más de 11.000 participantes
Por este programa han pasado ya más de 11.100 personas, se enorgullece Elena Hernando, directora general de Patrimonio, que avanza que tienen un tercer yacimiento en estudio para la siguiente edición y que este curso van a hacerla en un cole de Hoyo. Se ofertaban 1.352 plazas, que “volaron en apenas cuatro horas, la demanda es elevadísima”, cuenta Diego Martín, uno de los dueños de Arqueodidat, la empresa especializada en didáctica del patrimonio que lo desarrolla desde sus inicios. Antes, los grupos eran de 32 personas, pero con la pandemia se redujeron a 16. El año que viene, cruzan los dedos, esperan volver a la normalidad.
“No hay niño que se aburra, es una de esas experiencias cortas pero intensas que marcan”, promete Hernando, para añadir que lo que se pretende es “transmitir a las familias cómo es el trabajo de un arqueólogo y sensibilizarlas para que sean abanderadas de la protección y conservación de su patrimonio”. “El mensaje a los niños, con un guiño a los padres porque son los que deben zambullirlos en los museos, es que el patrimonio es irremplazable y que lo nuestro ni es solo darle a la brochita ni somos indianajones clandestinos”, añade Martín, que agradece que los niños de los últimos años les llegan “tamizados por ‘Tadeo Jones’, que defiende mejor la profesión y la formación reglada”. A lo largo de estos años, ha habido muchas familias “reincidentes” y Martín está convencido de haber despertado vocaciones. “Recuerdo en especial a una niña que se apuntó todos los años hasta que ya por edad no pudo. Será arqueóloga seguro”.
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